Granja Elena, La Más Grande y aquel empollón repelente que fui y dejé de ser (Crónicas Euclídeas, tercera parte)



Yo de pequeño era un empollón.
Empollón y, además, empollón repelente.

Vivía instalado cómodamente en el nueve y medio y, a modo de desafío, luchaba encarnizadamente por sacar el diez y ser el primero de la clase.
Académicamente hablando, todo era un camino de rosas y no se me resistía nada, con lo que mi autoestima estudiantil hasta llegar a la universidad era odiosamente alta.

Y entonces llegó el batacazo.

Va a ser verdad aquello de que cuanto más alta es la subida, más fuerte es la caída, porqué al diez se le cayó el uno, y el cero patatero se instauró rápidamente como nota dominante en mi expediente.

Hubo una asignatura en particular en la que el cero, que no era patatero sino con asterisco, era el que más me dolía con diferencia. Se llamaba Álgebra y Geometría y, capitaneada por M.Àngels Puigví, tenía la extraña peculiaridad de ser una asignatura de matemáticas donde se usaban más letras que números. Que si landa, que si gamma, que si kappa.... Con tanta letra, la Puigví, que sin duda alguna es de la escuela “La Más Grande”, tuvo el mérito de enseñarnos algo que va mucho más allá de las matemáticas y que hoy intento aplicar, no negaré que con cierto orgullo, cada día de mi vida: organización, razonamiento y rigor.

El lector más fiel ya sabrá por las últimas entradas de Coure y Cocina Hermanos Torres que acabé aprobando esa asignatura y que años después entré el departamento de matemáticas como becario y más tarde de profesor. Hoy en día, desvinculado totalmente de la escuela, nos seguimos encontrando de vez en cuando con “la Jefa” y “el Boss” a quienes, pese haberme hecho sufrir como a un cabrón durante unos años de mi vida, aprecio con todo mi corazón.

El caso es que la última vez que nos vimos, hace ya unos meses, comentamos que habían pasado por delante de la Granja Elena más de una vez y que nunca habían entrado.
Así que decidimos que la próxima vez que quedáramos, nos veríamos allí.

Lomo de ternera marinado. El entrante perfecto.

Hay que tener en cuenta que La Granja es un sitio pequeño, de gestión 200% familiar, en el que las mesas están bastante cerca la unas de las otras y que, además, no es apto para cenas románticas, sobretodo porque no se sirven cenas. Entre semana, abren solo para desayunos y comidas, y los sábados sólo para desayunos.

Judías del ganxet con pato. Excelentes.

Una vez aceptadas las condiciones de contorno de tiempo y confort, sobra decir que en la Granja Elena se come muy bien.

Bacalao. Sin palabras.

Steak Tartar con helado de mostaza.

A la Granja Elena he ido en unas cuantas ocasiones y nunca le he encontrado ni un pero. Además, Borja, el cocinero a quien no conozco personalmente pero sí sigo por la redes, es manifiestamente perico, cosa que le hace mejor persona. Sin su permiso, me haré mío un tweet suyo que va como anillo al dedo para el colofón de estas tres Crónicas Euclídeas:

"Lo mejor que le puede pasar a un alumno es cerrar el círculo e ir a dar clase en la escuela que le ayudó a formarse".

No podría estar más de acuerdo.

Tarta de chocolate que se come sola.

La cuenta para dos. Fui con mi mujer este verano y no tardaré en pinchar a M.Àngels y a Sergi.


A día de hoy ya no soy empollón.
Lo de repelente, imagino que costará más de sacar.

Granja Elena
Passeig de la Zona Franca, 228.
Barcelona
933 32 02 41