Uno de mis platos más aclamados, o familiarmente más aceptados (si rebajamos un poco el autobombo del verbo aclamar), es uno que hago con carrillera de ternera.


El camino que lleva a nuestro habitual retiro espiritual en tierras Castelllanas suele ser objeto de un trascendental proceso de toma de decisiones que cada año nos tortura de mala manera: ir por Logroño o ir por Soria.
Dicho de otra manera, en términos enológicos, ruta Rioja o ruta Ribera del Duero.
Es una verdad como un templo que cuando era pequeño, y no tan pequeño, yo no era de muy buen comer.

Aunque me duela aceptarlo, era lo que en catalán llamamos un “llepafils”, que traducido literalmente sería un “lame hilos”, y que viene a significar algo así como un “tiquismiquis de la comida”.
Interrumpo la serie de relatos de cocina de cuchara para hablar, antes de que acabe el verano, de la terraza que tiene el universo Hofmann en el Born, a pocos metros de su pastelería.
Esta historia se remonta a mediados de abril, cuando los guisantes eran producto de temporada.
Ya sé que ha llovido aguas mil, y que en términos blogosféricos es hablar casi de la prehistoria, pero es lo que tiene no tener ni un segundo para escribir justo cuando más se tiene por contar. Que le vamos a hacer, que por intención no sea.


Me salté abril y mayo.
Estoy decepcionado conmigo mismo porque llevaba tiempo manteniendo el propósito de publicar el mínimo minimorum de una vez al mes y, justamente cuando más tengo para contar, dejo el blog totalmente abandonado. Si mantengo así el propósito de continencia alimentaria que estoy haciendo para meterme dentro de un traje a final de mes, lo tengo claro.

Por lo que respecta a estos meses de ausencia blogosférica, hemos gozado de cocina con mayúsculas, sitios que han superado expectativas y también, porque no decirlo, algún chasco de los grandes, pero que muy grandes (aunque estos no los contaré nunca por aquello del derecho a tener un mal día).

El caso es que el título de esta entrada, que mientras escribo me planteo si google me la dejará publicar tal cual al contener el pornográfico palabro sexo, hace referencia a un gran sitio. Que no se engañe nadie. Le deben de haber llamado Taverna para quitarle trascendencia y llamarlo de alguna manera que permita identificarlo con la cocina de cuchara. Asociarlo al concepto tasca, es más que un error.

Certifico una vez más que el sello Hofmann es un tiro seguro. Su restaurante gastronómico, del que ya hablé, es de aplauso, su pastelería es de escándalo y en este espacio llamado Taverna Hofmann se come de maravilla.


El sitio no es muy grande y no suele resultar el no reservar con un poco de tiempo. Lo dice uno que ha llamado unas cuantas veces para ya y se ha quedado con las ganas. En cuanto a la carta, es tan tremendo como cierto, pero nos apetecía el cien por cien de la misma. Que duro es esto de poder escoger...

Lo que cenamos:

Su pan, tipo focaccia


Buñuelos de bacalao con alioli de ajo negro


Alcachofas con papada. Aquí se ve que hace bastante que pisamos este sitio. Esto estaba muy bueno.


Papillote de judías al almejas. Esta es la imagen que subí al instagram. Con eso lo digo todo.



 Costilla de cerdo glaseada. La foto no le hace justicia al plato. Quizás el mejor de todos.


Albóndigas con escamarlanes. Sabroso mar y montaña.

Cheese Cake de la pastelería. Hay un montón de vasitos que te sacan a modo de muestra para que escojas.


Notará el lector más avispado la casual consonancia de la penúltima línea de la factura con el titulo del post...

En este sitio se come muy bien.

Taverna Hofmann
C/ Girona, 145
Barcelona
93 624 17 62
En mi sufrida vida como aficionado a la cocina, he intentado hacer pasta fresca en casa un par o tres de veces, con un éxito más bien cuestionable. 
Cuando era muy pequeñín, mi madre, que hoy cumple años, preparaba un arroz que movía montañas. Llevaba butifarra troceada, sepia, gambas, judías verdes, un sofrito clásico con tomate y diría que no mucha cosa más. Le quedaba meloso, nada seco, el grano estaba entero, redondo y sabroso. Nunca se le pasaba y siempre, absolutamente siempre, clavaba el punto de sal. 
Long, long time ago, en una reunión de trabajo donde discutíamos sobre diferentes soluciones para la cimentación de un puente, al ver que volvíamos a la solución inicial de la que habíamos partido, alguien soltó algo así como:

"Donarem la volta al món, i tornarem a Camprodón"