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Vamos a ponernos serios.

Este año hemos celebrado muchas cosas con macarrones.

Vale, he empezado mal.
Vaya por delante que no tengo nada en contra de ningún tipo de cocina y mucho menos que la reconciliación que titula este blog venga para enmendar ninguna trifulca internacional.

La primera vez que pisamos Formentera fue hace doce años.

Sí, bueno, vale.
Ya sé que hace poco más de tres meses dije que abandonaba temporalmente este medio de expresión porque no podía encontrar el tiempo de calidad que, como divertimento, me gustaría dedicarle. Y ustedes, soberanos lectores, dirán, con toda la razón, que pues qué poco aguante he tenido, que traducido a lo que diría mi mujer seria un "prff, vaya credibilidad la tuya".
Pero sí y pues sí. Aquí estoy.

A partir de los 40, empieza la decadencia.



Como algunos de ustedes ya sabrán, mi nombre es Josep Roca.



Interrumpo las crónicas de ir a comer con niñas, justo para abrir este episodio de ir a comer sin ellas.



Llevamos un trimestre algo movido. Mucho médico, algo de hospital y bastante inquietud familiar que, por suerte, parece que quedará en poca cosa. Así que, tocando madera y desde la prudencia, cojo algo de aire, respiro y me siento más tranquilo para poder volver a escribir. 


Hace un par de meses que empecé a encarar el fin de una década.

Hace casi tres años, contaba en este blog la historia sobre la olla, la cruz y la campana que cohabitan en el Santuario de Núria (Ripollés) y al que se les asocia el prodigio de fomentar la natalidad si se introduce la cabeza en la olla, a la vez que se hace sonar la campana.


Este mes he sumado un año más a mi cuenta personal. 



Si hay algo de comer que estoy echando de menos durante este confinamiento es un buen pan.


Con esta semana ya hará cuatro que no nos movemos de casa.
El coronavirus, que como dice #lamorritofino es este bichito que no nos deja ir a la calle, nos está poniendo a prueba a todos.

No es fácil encontrar a alguien con quien disfrutar comiendo.


En mi época de estudiante y becario del departamento de matemáticas, tuve la suerte de participar en un proyecto docente que en aquella época era único en su especie. Se trataba de Algweb, una web interactiva cuyo objetivo era tratar de hacer algo más digerible la asignatura Álgebra y Geometría, que por aquella época era una de las bestias pardas del primer curso de Ingeniería de Caminos.


Como muchas otras cosas que pasan en una relación y que nadie asume como ciertas, pero que en realidad lo son, mi mujer tiene secuestrada mi cuenta de Instagram.
Solo la mira y la cotillea un poco entre amistades y restaurantes, pero, aunque me fastidia relativamente, es una de esas concesiones matrimoniales por las que hace tiempo tiré la toalla y decidí no discutir.

"Este fin de semana, podríamos hacer fricandó".


Seguramente una de las cosas más absurdas de los padres con bebés son las comparativas entre su descendencia.


Tengo una amiga que se llama Maria.
Diría que nos conocimos durante el verano del año 2002, año arriba, año abajo, cuando por aquel entonces me pasaba los veranos en el Port Olímpic enseñando a navegar a un montón de renacuajos. Que dicho así, suena entre pijo y repipi, pero la realidad era más bien lo contrario.

Por aquel entonces, yo era un rara avis de los monitores, porque tenía la costumbre de aparecer en la escuela a principio de verano, pasármelo en grande y, cuando llegaba setiembre, hacer un hasta luego Lucas, plegar velas y desparecer hasta San Juan del año siguiente.

A pesar de esta estacionalidad, siempre me sentí muy querido y conocí a personas con las que, como Maria, conectamos desde el primer momento, posiblemente porque dominábamos el arte de decirnos las cosas tal y como son, que traducido al siglo actual sería algo así como #sinfiltros.

El caso es que hubo un día en que los veranos dejaron de ser universitarios, se acabaron las vacaciones en el mar y, cosas de la vida (y lo poco que puse de mi parte), fui perdiendo el contacto con mis compañeros y, como no podía ser de otro modo, dejé de verlos a todos.

Y el tiempo, pues, pasó.
Y los años, pues también. Y se inventaron los smartphones, se popularizó Instagram y un día, sin saber muy bien cómo, Maria apareció embarazada en la pantalla de mi teléfono, con una barriga del tamaño muy similar a la que teníamos en casa. Así que, con la excusa de nuestras hijas, retomamos el contacto.

¡Y que bonita sorpresa! La verdad es que fue como si el tiempo no hubiera pasado, porque conversar de nuevo con Maria me hizo constatar que hay personas con las que puede puede dejar de hablar diez años (10!!!!!) y retomar una conversa como si hubiera sido ayer.

Pero lo mejor de todo fue saber que Maria seguía este blog y, además de ser otra gastronóma del morro fino, me habló del restaurante que los ex jefes de cocina de El Bulli tienen en Barcelona.

 "¿Has ido al Disfrutar? Yo lloré al probar uno de sus platos"

Su versión de la Gilda

Así que, siguiendo su recomendación, fui.
Y no lloré, pero casi.

Yema de huevo crujiente

Ir al Disfrutar es una experiencia en mayúsculas. Desde lo que se come, que es algo totalmente fuera de lo esperable, a cómo se trata al comensal, con una informalidad formal que hace que te sientas como en casa.


Pan chino relleno de caviar
¡Desde ElBulli que no estaba en un sitio como éste!
No desvelaré el detalle de lo que comimos pues sería traicionar el espíritu del sitio, que juega con la sorpresa de no saber qué te servirán. Así que me limitaré a decir que de la treintena de platos que  circulan en el menú degustación, hay algunos de ellos que quedarán en mi memoria hasta el día que me muera. Así, tal cual lo digo.

Deconstrucción del ceviche
El local, además de la terraza interior para el aperitivo y el café, dispone de diferentes comedores, desde el principal que sale en todas las fotos de internet, uno intermedio y una barra de la entrada, que es la que estuvimos. Reconozco que, a priori, iba con cierto escepticismo cuando reservé de una semana para otra y la única opción que nos dieron fue la de la barra. Pero la verdad es que estás tan mimado desde que entras por la puerta, que uno no tarda en olvidarse dónde está sentado.

La terraza - patio interior

Salon intermedio

Tengo la inmensa suerte de haber hecho la visita sin mi mujer, con lo que me veré obligado a repetir con ella. Disfrutar está en Barcelona y admite reservas con un tiempo razonable y, aunque es verdad que cuesta su dinero, al final no es mucho más que unos pocos partidos de fútbol.. Y es imperdonable no visitarlo.

Tarta al whisky
Y si Michelin, pasado mañana, no le da todas las estrellas que pueda, pues no sé yo muy bien qué criterio tendrán los señores inspectores. Y tan a gusto que me quedo diciendo esto.

Desde aquí, mando un beso a Maria, protagonista de estas líneas y, aprovechando que hablo de la distancia que a veces toman los diferentes rumbos que uno toma en la vida, no quiero dejar de mencionar a Laura que se fue a Chile, Pilar a Mallorca, Miquel a Suecia, Albert a Perú o más gente que a la que aprecio y que, sin irse por ahí hemos reducido el contacto a la mínima expresión. Sé que el día que nos veamos no dejaremos de decirnos las cosas #sinfiltros, o como decíamos ayer, tal y como son.


Disfrutar
Calle Villarroel 163
Barcelona
933 48 68 96