MALABAR BISTRO y cuando la familia te da de comer (otra vez)


Yo digo que tengo un primo cocinero.
Digo que yo digo, porque aunque podríamos entrar a discutir si el matrimonio me otorga el título de primo político, que no sé si existe tal rango, el primo no es mío, si no de mi señora esposa.
El caso es que como es cocinero, cocina muy bien y, además, es la mar de majo, yo que soy un campeón, pues me lo agencio como mío.

A Álex Fadón, el primo en cuestión que vive en los Madriles, lo conocí de fiesta hace la friolera de 16 años, cuando él tenía pelo y todavía estaba estudiando. Desde esa noche de orquestra estival en la que hacía un frío que pelaba hasta el día de hoy, Álex nos ha dado de comer tres veces. La primera fue justo hace 13 años, en diciembre de 2010, en El Palacio de Miraflores de la Sierra del que recuerdo una ensalada de morujo, una albóndiga de caza, una liebre a la royal y un postre que simulaba una piña y que nos dejó anonadados. De allí, se embarcaría en varios viajes, pasando por el País Vasco y volvería recalar en la Sierra Madrileña, en el primer Montia de San Lorenzo del Escorial, en el que nos daría de comer tres años después. En esa comida, dicho se de paso, fui con un brazo roto y escayolado después de haberme caído en bici a los dos días de haber empezado las vacaciones, algo que el lector podría percibir como un gran inconveniente estival, pero que visto en perspectiva y sin secuela alguna diez años después, fueron unas vacaciones inigualablemente magníficas.

Bien, a todo estoy y no sé muy bien cómo, han pasado diez años después de la última vez que nos cocinó, que se dice pronto. 

Empanada de cordero de Colmenar Viejo. Manos de mi hija mayor.

Vieira como en un ceviche. Un plato fresco y viajero. Muy bueno.

Hoy Álex oficia en el Malabar Bistró, restaurante de Yago Márquez y Cecilia Delpech, dos cocineros con un currículum alucinante que han establecido su casa en Becerril de la Sierra. Lo de llamarle Bistró, pues está bien para restar importancia al mobiliario y a las instalaciones que han sido heredadas del anterior negocio que ocupaba ese local. Más allá de eso, el Malabar es un restaurantazo de pies a cabeza. El nivel de cocina es, sencillamente, excepcional y todos los platos son sumamente complejos y equilibrados. Cierto es que se respiran influencias viajeras, sí lector sí, esa cocina con la que me reconcilié este año, pero en ningún caso el viaje se lleva el plato por delante.

Higos, queso y jamón de pato curado por ellos.

Atún, mantequilla, limón y champiñones. Un plato excepcional.


Mis hijas comieron la empanada que les sacaron al principio y, como era de esperar, tuvimos que racionarles el atún, la vieira y directamente apartarles la albóndiga.
 Bonito, cerezas y berenjena. Mi mujer se reconcilió con este pescado, que de por si suele evitar y aquí casi no me deja.

La molleja de corazón a la brasa. Plato que le encanta cocinar a Álex. Buf.

Albóndigas de jabalí. Anna, que se suponía que no quería comer más y se había puesto a dibujar, pidió una cuchara. 

Bizcocho de chocolate. Objeto de discusión familiar.

A nivel de bodega, les gusta jugar y tienen vinos que no te dejan indiferente. Yago, que ese día estaba en sala dando soporte, me dijo "dice Alex que té dé duro" y, al ver que jugábamos a todo, nos llamó disfrutones. Sobra decir que a mi ego de gastrónomo frustrado le gustó que le llamaran así.




Vi a Àlex muy tranquilo, contento con su trabajo, con sus jefes y con el equipo. Y me alegré un montón.
Osó a decir que vendrá de vacaciones a Barcelona y se atrevió a decir que dormirá en nuestro pequeño hogar con las morrito fino y que, además, iremos a Disfrutar. 
Aquí estamos pues.
Te queremos primo.


Malabar Bistró
C. Real, 14, 28490 Becerril de la Sierra, Madrid


(Álex nos invitó a postres y cafés)