El Portal de Echaurren 2023 y el viaje a la memoria del mañana


Sí, bueno, vale.
Ya sé que hace poco más de tres meses dije que abandonaba temporalmente este medio de expresión porque no podía encontrar el tiempo de calidad que, como divertimento, me gustaría dedicarle. Y ustedes, soberanos lectores, dirán, con toda la razón, que pues qué poco aguante he tenido, que traducido a lo que diría mi mujer seria un "prff, vaya credibilidad la tuya".
Pero sí y pues sí. Aquí estoy.

Y es que un fin de semana en Ezcaray me ha servido para ver que esto de Instagram está muy bien para exhibirse y lo de Twitter también está muy bien para interactuar, pero no es suficiente para resolver mi denotada psicopatía sobre periodismo y frustración literaria no solucionada. Y, sinceramente, pienso que rozaría la indignidad dejar en tres fotos y dos tuits lo que vivimos a manos de Francis, Chefe, la hospitalidad completa de la familia Paniego y la genialidad de Pol Contreras. 

Y, para hacer entendible esta historia, permítanme que retroceda un año atrás, cuando cumplí 40 primaveras. Seguramente el lector más acérrimo recordará que el día señalado fue una jornada digna de tragicomedia griega, en la que una lumbalgia punzante en el restaurante Normal de los Roca y el consiguiente reflejo basal que le siguió, me tumbaron al suelo y, sin saber muy bien como, acabé pasando la tarde en el sofá con un Enantyum pinchado en mi noble trasero mientras la princesa Poppy y sus Trolls cantaban en el televisor de mi comedor. Para más recreo, pulsen aquí

El caso es que antes de que esto ocurriera, la cosa pintaba muy bien. 
El día empezó con un pastel de limón de L'Atelier, una botella de vino Vega Sicilia Único para tomarme de aquí no sé cuantos años cuando mis hijas sean mayores, que esto parece que no venga a cuento pero lo recuperaré más adelante, y esta tarjeta que me apetece compartir a continuación.




Bien. Como también podrán comprobar en este blog, en el ya nombrado Twitter y en las #pornfood de Instagram, al Echaurren vamos una media de 2 a 3 veces al año, lo que paradójicamente lo convierte en uno de los tres restaurantes que más nos retorna felicidad, a pesar de estar a más de 500km de distancia de nuestra casa. Hasta la fecha, y tras casi nueve años de visita de camino a Castilla, habíamos estado en el restaurante Echaurren Tradición donde bordan platos referentes de la gastronomía Riojana, en el e-tapas bar de su terraza, en El Cuartito, anejo al hotel y de comida más informal, pero nunca en El Portal del Echaurren, dos estrellas Michelin.



El caso es que, aunque lo pusiera la tarjeta, el viaje previsto el 9 de julio del 2022 no pudo ser y tras un año algo accidentado instalados en el drama, que su explicación, aunque cómica, alargaría la crónica más de lo que toca, pospusimos la experiencia hasta hace justo un mes. Así que, el viernes 19 de marzo salimos para Logroño y, después de una noche de tapas, algún que otro vino y del obligatorio helado de DellaSera, el sábado al mediodía entrábamos por la puerta del Echaurren sin mirar atrás.

Helado de vainas de guisantes y lima, que combiné con el de piña asada.
Heladería DellaSera de Angelines González y Fernando Saenz.

Y aquí podría, y de hecho debería, parar la crónica.
Porque la estancia en el Hotel Echaurren, cenando en El Portal, es algo que debería vivirse en lugar de contarse. La calidez de la chimenea, la hospitalidad de sus personas o la botella de Tondeluna que te espera en la habitación para compartirla mientras contemplas Santa María la Mayor a través del ventanal, te hacen olvidar de la mochila emocional que llevas arrastrando y dejas atrás cuando cruzas la puerta de la entrada.

Desde la habitación, Santa María la Mayor

El propio hotel, que este año cumple 125 años, reformado con un gusto extraordinario, por si solo respira historia, valores, familia y territorio. Uno se siente cómodo, acogido y a la vez es capaz de disfrutar la estancia pensando en que es una maravilla estar viviendo ese momento en ese lugar. Entre los colores de las telas y las mantas de Ezcaray, uno respira la generosidad de una familia que lucha por defender sus raíces, adaptándose a los tiempos y pensando siempre en los que vamos allí buscando felicidad.

La chimenea encendida en el gastrobar.

Justo en una de las salas del hotel, casa de los Paniego, antes de bajar al restaurante, es dónde empieza la cena. Infusiones del paisaje, tradición versionada y técnicas de vanguardia se combinan para arrancar con una sucesión de aperitivos ricos y sorprendentes.

Mosto infusionado con hierbas de Ezcaray.
Santa María la Mayor a través del ventanal.

Falsas aceitunas de crema de de anchoas y queso. Bocado excelente.

Pimiento choricero (de chorizo) y crujiente de maíz. Sabroso y muy sorprendente.

Bombón de champiñón con quisquilla, homenaje al Bar Soriano de Logroño.
La duxelle de champiñones estaba cómo para comerte un bote a cucharadas.

Crema especiada de zanahoria y berberechos.
El sabor de la crema nos pareció algo increíble y tenía un montón de sabores reconocibles, pero difíciles de reconocer. A veces no se me entiende, lo sé, discúlpenme.

Terminado el aperitivo, sigue el recorrido por el hotel y la siguiente parada es en la barra de la entrada de El Portal, donde recuerdan el origen del hotel como fonda, con un caldo de bienvenida y la croqueta, cremosa casi líquida, símbolo del Echaurren.

Croqueta y caldo de bienvenida. Raíces en estado puro.

Y ya dentro, cómodamente sentados, territorio, casquería y memoria son el hilo argumental en una sucesión de grandes platos. Francis divide la experiencia en secuencias y, sin renunciar a nada, marcha platos complejos, compensados, equilibrados y con un discurso muy bien estructurado con el que defiende la tradición y el territorio. 


Boquerones con salsa de almendras y granizado. Plato buenísimo, delicado y equilibrado.

Cigalas con redución de fresas y pimientos rojos.
A nosotros nos gustó mucho y nos pareció uno de los platos más redondos del menú.

Guisantes lágrima con pera y crema de bacalao.
Complejo, delicado, dulce, salado... Plato muy top.

Sin duda, la secuencia más estimulante y sorprendente es la dedicada al Animal. 
En El Portal se cocina casquería dándole un giro a su preparación tradicional y resaltando la relevancia que tiene en la Rioja. En este menú, todos los platos de esta secuencia eran de cordero, animal clave en la historia de Ezcaray. Tomamos mollejas, pulmones, hígado, lengua, corazón...  Francis dice que no es fácil comer corazón de cordero, pero a mi lo difícil me parecería renunciar a una ración entera del tartar que nos sirvieron.

Tempura de lechecillas con caviar.
Estoy seguro que mis hijas se hubieran chupado los dedos con este plato y les hubiera dado igual si era casquería u otra cosa.

Pan chino de asadurillas.
Tan increíble como el de Disfrutar, pero versionado al territorio.

Tartar de corazón de cordero.
Se sirve como un snack de uno o dos bocados y podría comerme una ración entera.

En la secuencia de la Memoria, Francis y los suyos recuerdan a las recetas clásicas de antaño y a sus seres queridos que ya no están. Hubo un momento, entre plato y plato, en el que entendí la magnitud de lo que representaba el trabajo que teníamos delante y me sentí pequeño y, a la vez, partícipe de su historia. Y me emocioné.


Tartar de calamar con crujientes.
Recordando a los calamares en su tinta.

Foie y crema de cabracho.
Recordando al pastel de cabracho, plato revolucionario que en su día el hermano de Francis llevó de Arzak cuando trabajaba en el País Vasco. 

Merluza Marta.
Recordando al plato que Marisa, la madre de Francis, hacía en honor a su hija.
La foto no hace justicia a la delicadeza del plato.

Cordero con aro de tripas y ensalada de pamplinas.
Un buen punto y final a la parte salada y a la secuencia de la memoria.

El final de fiesta, lo rematan con la secuencia del juego y el chocolate que fabrica Pol en Ezcaray.
Desde que lo descubrimos hace unos años, en casa el chocolate se valora y se disfruta más.

Helado de mantecado, lima y miel. El postre perfecto.

Churros con crema. Juego y sabor. Espectacular.

Chocolate y vainilla con tendones de vaca al cacao. Bravísimo.

El paisaje de Ezcaray en los petits de chocolate, fruta, vino y azucar.

Y si hablamos de terriorio, hablemos de vino.
Mientras que Francis y Pol hacen de las suyas entre fogones, Chefe Paniego, seductor y cómplice a partes iguales, te acompaña, cuenta y escucha historias, descubre y descorcha botellas y emociones cerrando el círculo de lo que es una experiencia perfecta.
Tenía claro que sería incapaz de escoger por mí mismo entre las incontables referencias de la carta y optamos por dejar que Chefe nos llevara donde quisiera. 

El Viña Gravonia 2014 de López Heredia.
Magnífico vino que enamoró a Susana.

Uno de los que me enamoró a mi...

Una de las veces que Chefe se acercó a la mesa, hablando de vinos de larga guarda, le conté que Susana me había regalado la botella de Vega Sicilia Único, esa que contaba al principio de este texto, y que pensaba tomármelo de aquí unos años, cuando mis hijas fueran mayores y pudieran beberla con nosotros. Chefe me miró, respiró hondo y me sugirió que si quería hacer algo especial, comprara Riojas de las añadas de mis hijas, que eran excelentes, y que me las bebiera con ellas cuando fueran mayores.
"Les puedes decir que van a beber el vino que nació con ellas".
Y, sin perder ni un ápice de esa elegancia que ni que me esfuerce tendré en toda la vida, me sugirió que no esperemos tanto y que hagamos el favor de disfrutar ya el Único. 
Y sonreímos todos.

La experiencia acaba con las tarjetas que han servido de guía en cada secuencia, en los que se anotan reflexiones, platos y vinos. Las envuelven en un papel impreso con fotografías históricas de la familia y se guardan en la caja que reza "la memoria del mañana".

A día de hoy no he osado desenvolver el papel que envuelve las tarjetas dentro de la caja.

Esta semana ha sido mi cumpleaños. 
Ha pasado un año del día que mis hijas me regalaron la tarjeta que he querido compartir con ustedes, queridos lectores, que han vuelto a recalar en el blog. Estos días, celebrando la vida, estamos tomando el chocolate de Pol, brindando con su cerveza, haciendo las recetas de Francis y bebiendo el Viña Gravonia que nos descubrió Chefe y, casualidades de la vida, nos pudimos traer de la Rioja. Además, este año, mi mujer me ha regalado el cuchillo que vendían en Echaurren, que compró a mis espaldas mientras no sé donde fui.
Precisamente por contarles lo de Echaurren, he decido volver al blog y regalarme tiempo para volver a escribir y contarles que allí, en casa de los Paniego, uno es muy feliz. 
Feliz 125 aniversario familia.

El Portal del Echaurren.
Ezcaray. La Rioja.

Donde comprar el chocolate de Pol.