El fin de semana pasado fue sin duda uno de los mejores del año.
Salimos los cuatro el viernes tarde hacia La Garrotxa y no volvimos hasta el domingo noche, agotados y felices.


Aunque no cambie por nada del mundo a los dos maravillosos monstruos que tengo por hijas, reconozco que la paternidad, la concilación laboral, la compra, las lavadoras y el intentar recoger la casa para que no parezca un chiquipark en horas bajas, nos están dejando poco margen para respirar si no es para ir a la cama a dormir.

A partir de los 40, empieza la decadencia.


Si algún recuerdo bueno me quedará de la pandemia, será el de cuando cargaba a mi hija mayor al coche e íbamos a buscar la cena al Bardeni. 


Yo soy de los que les gusta hablar, no en vano tengo un blog.



Como algunos de ustedes ya sabrán, mi nombre es Josep Roca.



Interrumpo las crónicas de ir a comer con niñas, justo para abrir este episodio de ir a comer sin ellas.



Llevamos un trimestre algo movido. Mucho médico, algo de hospital y bastante inquietud familiar que, por suerte, parece que quedará en poca cosa. Así que, tocando madera y desde la prudencia, cojo algo de aire, respiro y me siento más tranquilo para poder volver a escribir. 


Hace un par de meses que empecé a encarar el fin de una década.

Hace casi tres años, contaba en este blog la historia sobre la olla, la cruz y la campana que cohabitan en el Santuario de Núria (Ripollés) y al que se les asocia el prodigio de fomentar la natalidad si se introduce la cabeza en la olla, a la vez que se hace sonar la campana.


Este mes he sumado un año más a mi cuenta personal. 



Si hay algo de comer que estoy echando de menos durante este confinamiento es un buen pan.


Con esta semana ya hará cuatro que no nos movemos de casa.
El coronavirus, que como dice #lamorritofino es este bichito que no nos deja ir a la calle, nos está poniendo a prueba a todos.

No es fácil encontrar a alguien con quien disfrutar comiendo.


Hubo alguien que un día, hace casi veinte años, decidió que a mi nombre de pila le faltaba punch y me empezó a llamar Pepu.