TEATRO KITCHEN BAR , Oliver Peña y el placer de repetir en sitios en los que eres feliz.



Hubo una época en mi vida, cuando era más joven, en la que me dedicaba a visitar restaurantes diferentes a medida que iban abriendo. Era algo así como ir al cine a ver la película más nueva, pero en su versión más gastronómica y, las cosas como son, algo snob. 

Este proceder en una época sin redes sociales ni #pornfoods no es que tuviera secreto alguno. Bastaba con seguir a un par de periodistas gastro y algún que otro bloguero para ir viendo los publireportajes encubiertos en los que se presentaban nuevas aperturas. 
Como el lector ya imaginará, lo que debería ser un éxito irrefutable después de tal estudio de mercado, acababa siendo, salvo alguna que otra alegría, una concatenación de chasco con decepción, o decepción con chasco, pónganlo ustedes en el orden que prefieran. Y es que la terrible realidad es que la mayoría de veces, no solo uno acababa comprobando esa máxima de que no era oro lo que relucía, sino que además, la factura, el trato, la comida y la experiencia en su conjunto era muy distinta a la que relataban los supuestos prescriptores. 

Anécdotas, a cual más triste, tengo para aburrir, pero tampoco es cuestión de aburrirles, no sea que dejen de leer y se pierdan el restaurante de esta crónica.

Crujiente de pollo con setas escabechadas del Teatro Kitchen Bar

Volviendo al hilo de mi vida, hubo un momento trascendental, de esos a los que vale la pena darle dramatismo, en el que decidí hacer dos cosas. 

La primera fue minimizar las visitas a las nuevas aperturas y empezar a repetir recurrentemente en restaurantes donde mi felicidad estaba garantizada y, además, había personas detrás que se dejaban la piel para que ello fuera así. El lector más fiel sabrá quienes son y para los no tan fieles, lo comentaré a final del blog, que tampoco se trata de perder lectores. El mismo proceder lo adopté para panaderías, pastelerías, el pequeño comercio y el chocolate.

La segunda decisión y no por ello menos importante, fue en realidad la más sencilla y que complementa a la anterior: directamente mandé a paseo a mis prescriptores habituales y afiancé a unos nuevos que tenían experiencias similares a las que tenía yo. Fácil decirlo sí, pero el síndrome de Estocolmo no lo inventé yo y a día de hoy alguna vez todavía tengo tentaciones de hacer caso a las viejas glorias.

Pues bien. Siendo consecuente con mis nuevos principios, cuando Teatro Kitchen Bar abrió sus puertas decidí ponerlo en cuarentena. Por suerte, Lluís Bernils, que además de ser amo y señor de El Celler de Matadepera es una de las personas de las que gastronómicamente más me fío, me contó que detrás de Teatro está Oliver Peña, un buen tipo que se lo curraba y al que valía la pena visitar.

Taco de quelites


Cannolo català con queso y escalivada

Así que en una de esas salidas que a veces nos regalamos con mi cuñado, nos plantamos allí.
Lo pasamos tan exageradamente bien, que en un año repetí dos veces más. La última, hace poco más de dos meses.

Aribaguete - flautín de ternerea Lyo.

Mochi caliente de edamame y jamón

En Teatro Kitchen Bar se respira alegría y diversión.
Con la cocina a la vista, Oliver Peña lidera un tapeo de vanguardia en su máxima expresión. Snacks, tapas, raciones, platos con muchísima profundidad, crujientes, texturas y mucha técnica sin fisuras. Para comer se usan los dedos y las pinzas, pero también las cucharas. 

Ensalada de tomate, olivas y naranja.

Taco de cordero


No renuncian a sabores de ningún lado y hay platos que son excepcionales: el sotobosque de caracoles de la primera visita, la ensaladilla que las primeras veces tomé en formato tapa y que en la última visita se sirvió en snack, el pulpo rebozado que ha ido cambiando en la manera de servir. Los menús suelen ser largos y no cabe todo en este blog. Dan a escoger entre carta o que te vayan llevando ellos, posibilidad que suelo denegar cuando me la ofrecen, salvo aquí. Uno que es débil.

El PULPO mayúsculo e imperdible


El sotobosque de la primera visita. Un plato de otoño inolvidable.

Crujiente de ensaladilla de txangurro. 

El servicio de sala, a cargo de Joan Romanes, es sencillamente excelente. Tienen la habilidad de leer claramente cómo eres y se adaptan de forma natural a lo que uno espera de ellos. En más de una ocasión, cocina y hasta el propio Oliver se acerca a traer platos y preguntan qué tal va. 

Kakigori de las primeras visitas, como un apple pie.

Crujiente de mango.

Teatro es un sitio pensado para divertirse y ser feliz.
La banda sonora, la decoración, la manera de entender el servicio de sala y todo lo que se cocina hace que la experiencia sea un espectáculo de los que vale la pena compartir... y por supuesto repetir!


Teatro Kitchen Bar
Avinguda Paral·lel 164


Bonus: 
Lo prometido es deuda y mencionaré solo algunos de los sitios que tengo especial devoción: el Bardeni de la familia Lechuga, el Follia i el Pot de Jó Baixas, el Echaurren en todas sus versiones de los Paniego, La Fonda Xesc de la familia Rovira, los chocolates de Pol Contreras, los pasteles de l'Atelier y Hofmann o el pan de Panes Creativos de Daniel Jordá. 
Me dejo unos cuantos, cierto, pero sigan el blog, que no tiene desperdicio. Lo escribo yo. :).