El Ermitaño, la lengua de vaca y la gracia de intentar educar a tus hijas para poder ir con ellas a cualquier sitio (Crónicas de ir a comer con niñas, parte 1)



Llevamos un trimestre algo movido. Mucho médico, algo de hospital y bastante inquietud familiar que, por suerte, parece que quedará en poca cosa. Así que, tocando madera y desde la prudencia, cojo algo de aire, respiro y me siento más tranquilo para poder volver a escribir. 

Y lo haré remontándome un poco en el tiempo, pues está acabando el año y me estoy dejando en el tintero un montón de sitios de los que quería hablar desde el verano con la excusa de este leitmotiv anti-niños, mal llamado kids-free, que está tan de moda en estos tiempos. 

Los canutillos de cecina y foie, entrante clásico de El Ermitaño

El kids free. Vaya tela.
Mira que a mi me molestan los niños que corretean en un restaurante, casi tanto como los imbéciles de sus padres que se lo dejan hacer, pero de ahí a ponerle una etiqueta prohibitiva en la puerta, como no sé que restaurante se ha hartado de publicitar, hay que ser corto de miras. Y no lo digo porque no crea en el derecho de admisión, que vaya por delante que defiendo a capa y espada, si no porque pienso que se pueden decir las cosas de muchas maneras y la gente, con un mínimo de educación, lo entenderá. 

Nosotros tenemos dos hijas y creemos firmemente en que sentarlas a la mesa con nosotros es fundamental en su educación, pero entendemos que su presencia no tiene sentido en según qué restaurantes, igual que tampoco la tendría en según qué eventos o en según qué espectáculos. Perdón que lo diga así, pero hay que ponerle ganas para no quererlo entender.

Por este motivo, cuando queremos visitar alguna casa en especial, siempre avisamos de que vamos con niñas, preguntamos si hay algún inconveniente y solicitamos que se nos acomode en el sitio que menos molestemos en caso de que algo no salga bien. Porque se portan bien, pero son niñas y el riesgo al desmadre siempre existe. Con estas premisas, desde este verano hemos disfrutado de un montón de grandes casas en las que se nos ha acogido de tal manera que nos han hecho sentir unos auténticos privilegiados.

Uno de estos sitios, hace ya muchos meses, fue El Ermitaño.
Con una estrella Michelin recién revalidada a sus espaldas, este restaurante de Benavente fue para nosotros una alegría mayúscula. Estuvimos a principios de verano, con lo que mi querida esposa, Susana, todavía seguía sin poder incluir la proteína de leche de vaca en su dieta. Así que, ante la intolerancia, salió Pedro Mario, un tío tan grande por fuera como cocinando y diseccionó la carta para acabar diciendo " déjate llevar y prueba la lengua de ternera". Yo casi aplaudo en ese momento.

La lengua de ternera adobada, el plato principal de nuestro menú.

El caso es que en El Ermitaño uno puede comer a la carta o bien escoger varios menús degustación a medida en los que se escogen, a gusto del comensal, un mayor o menor número de plato de la carta. Al ir con las niñas, para no alargarnos más de la cuenta, escogimos la versión más corta, con un aperitivo, dos entrantes, un principal y un postre.

Arroz de pueblo, a la zamorana. Nuestro entrante caliente.

Cítricos, coco, frutas y aromáticos. Postre increíble y sin lácteos.

Carla todavía no tenía ni un año y estuvo la mar de bien todo el rato, mirando el ir y venir de los camareros. Anna se zampó unas cintas de pasta con chorizo, probó todos nuestros platos, pidió un postre de carta para ella sola y, al acabar, se puso a pintar la carta especial que tienen para niños.

Los hilos de pasta con chorizo y panceta que se zampó la colega.


El postre de yogur, chocolate blanco y cerezas por el que tuve que pelearme con Anna.

Los menús de El Ermitaño llevan los nombres de los hijos de Pedro y Óscar, en homenaje a ellos y al tiempo que no les dedican al estar en el restaurante haciéndonos felices a los demás.
Poder compartir ese tiempo con nuestras hijas sentadas a la mesa es uno de los mejores regalos que se nos pueden hacer.
Muchas gracias de corazón.


El Ermitaño
Arrabal Huerta de los Salados s/n. – 49600 Benavente (Zamora)