Niño Viejo, Velencoso, Pitt, Bloom y la odiosa dificultad de querer comparar cuando no sabes con qué hacerlo


No me considero un tipo especialmente presumido. 
Bien es verdad que cada mañana, antes de salir de casa, me miro al espejo.
Normalmente intento ir más o menos arreglado y hasta alguna vez, bueno vale lo confieso, he llegado a pensar, e incluso a decir, aquello de "ole tu, que guapo eres".
Y, justamente ese día, cuando arribo a casa, pongo la tele, veo a Andrés Velencoso y me doy cuenta de que no, que no lo soy y que el jodidamente guapo es él. 

El caso es que, éste, el de la belleza, no es un tema baladí y me sirve como instrumento de reflexión culinaria. Me explico. Si no existiera Andrés, Brad Pitt, Orlando Bloom o alguno de estos tíos que rizan la proporción aurea, yo sería, en términos absolutos, mucho más guapo de lo que dice mi espejito mágico del Ikea, cuyo nombre no me atrevo a pronunciar. De hecho, desarrollando más esta línea de pensamiento absurdo, podría llegarse a la conclusión de que si no existieran ninguno de estos tíos buenos, ni cualquier otro ser humano del género masculino que no fuera yo mismo, rollo Mecanoscrit del Segon Orígen, podría eliminarse el concepto guapo del diccionario, ya que no se conocería un elemento de comparación que sirviera de referencia para poder discernir sobre mi grado de hermosura.
Toma ya.

Dicho todo esto y saltando ya al terreno restaurantil, que a eso es a lo que hemos venido a hablar, una sensación similar es la que tengo cuando trato de recordar lo que comí en Niño Viejo, la taquería mexicana de Albert Adrià, los hermanos Iglesias y Paco Méndez. Básicamente, porque siempre había pensado que conocía este tipo de cocina, hasta que probé la suya: todavía estoy alucinando con la pasada de sabores y la sutilidad de aromas, especias, salsas y texturas. Dicho de otra manera, lo que comimos en Niño Viejo estaba extremadamente bueno, pero era tan distinto a lo que yo conocía como comida mexicana y tan diferente a lo que esperaba encontrar, que me va a costar mucho describirlo porque no logré retenerlo en mi memoria al no saber compararlo con mis referentes gustativos.

Y el lector se preguntará: ¿todo este rollo para decir que no tiene ni idea de cocina mexicana pero que le me gustó mucho lo que comió?
Pues sí. Pero es que si lo digo así, ni tendría gracia, ni tendría blog.

También quiero puntualizar que entre tanta luz de sabores y aromas hay alguna sombra de Grey que hubiera preferido no encontrar. Vale que este restaurante es informal y desenfadado, pero que las mesas estuvieran cubiertas por hules de colores (sí vale, limpísimos, pero hules) a mí no me acabó de convencer. Tampoco acabé de entender una pantalla gigante encendida con retransmisiones deportivas variadas. Yo no soy nadie, pero tengo la sensación de que no escogería este sitio para ir a ver el fútbol.


Y, lo que quizás fue la sombra más oscura fue que, para terminar el ágape, nos ofrecieran una carta de no sé cuanta variedad de tequilas y mezcales y cuando uno, que no tiene ni idea, buscó asesoramiento al respecto, el personal de sala no pareció saber demasiado bien lo que estaba vendiendo. Véase en la cuenta, que el mezcal que tomamos tiene un peso importante en la factura y, sinceramente, nos lo podíamos haber ahorrado.

Pero, sombras de lado, la experiencia en si fue muy buena. La gente, al estilo de los restaurantes Adrià, muy amable y todo lo que comimos estaba muy sabroso. De hecho, visto lo bueno que estaba todo,  tengo muchas ganas de pisar al Hoja Santa, restaurante contiguo de la misma gente con Estrella Michelin.

¿Y qué se come?
Pues tacos, tostas, tortitas, platos y postres de un nivel altísimo.
Como pasa en la Bodega1900 o el Tickets, la gente de sala te sugiere amablemente que te dejes llevar y sean ellos quienes escojan por ti. Personalmente, a mí me gusta decidir lo que voy a comer, así que escogimos nosotros.

Margarita Pastor

Margarita Montjoi, con aire de sal, al estilo de la de ElBulli
Las Botanas parte 1. Olivas sfericas picantes. A mí este snack no dejará nunca de emocionarme. 
Botanas parte 2. Pizza Caesar. Crujiente, con pollo, parmesano, salsa... Bocado buenísimo.

Botanas parte 3. Mango con salsa. Para mí, que me gusta el dulce, me pareció demasiado dulce para un entrante.
Phillipe Regol, el nº1 de la blogosfera, tendrá razón al final de todo con lo cargarse el dulce del menú...

Guacamole, del que te podrías comer 3 kg.
Al lado se ven tres salsas, que te acompañan durante toda la comida.
Tosta de Atún. Excepcional.

Quesadilla con la flor del calabacín.
Taco de pollo rebozado. Muy muy bueno. Uno de los mejores.  



Albóndigas, que se ponían en tortitas. 

Cochinita Pibil con un puré de frijoles. Buena, aunque encontramos el tamaño de la ración excesiva.
Con media, que no sé si la hay, hubiera bastado.


Taco al Pastor. El mejor de los tacos que comimos. Cosa fina este taco.

Hamburguesa de tres cerdos
Polín de tequila y menta. Refrescante, aromático. Perfecto.
Flan de maíz. Muy rico.

Merengue con café. También muy bueno.
El mezcal de la discordia. Como ya he dicho, para mí, totalmente evitable.
Poca satisfacción personal y coste alto. Será que no tendré el morro tan fino.

Cenamos con la cerveza ex profeso para el restaurante de Damm y los Adrià. 




Aunque la cuenta picó algo más de lo que esperaba, no hay que perder de vista que en bebida se va casi un cuarenta por ciento de lo que pagamos, que no está nada mal.

Pero, a parte de la desviación presupuestaria, que ya que el blog va de comparativas, si hubiera ido con mi mujer no hubiera sido tan exagerada, lo que comimos en Niño Viejo estaba muy bueno.
Volveré y, seguro, también visitaré el Hoja Santa.

Que viva México.

Niño Viejo
Av. de Mistral, 54. Barcelona
http://www.ninoviejo.es/