Este año hemos celebrado muchas cosas con macarrones.

Vale, he empezado mal.
Vaya por delante que no tengo nada en contra de ningún tipo de cocina y mucho menos que la reconciliación que titula este blog venga para enmendar ninguna trifulca internacional.

La primera vez que pisamos Formentera fue hace doce años.


Si algún día vamos a comer, raro será que me vean pedir un plato de pasta.
No es que no me guste, porque la disfruto cómo el que más, pero así como hay personas que, como mis hijas sin ir más lejos, podrían vivir de macarrones de primero y raviolis de segundo, a mi no es algo que me haya llamado nunca la atención.

Sí, bueno, vale.
Ya sé que hace poco más de tres meses dije que abandonaba temporalmente este medio de expresión porque no podía encontrar el tiempo de calidad que, como divertimento, me gustaría dedicarle. Y ustedes, soberanos lectores, dirán, con toda la razón, que pues qué poco aguante he tenido, que traducido a lo que diría mi mujer seria un "prff, vaya credibilidad la tuya".
Pero sí y pues sí. Aquí estoy.


Las cosas, casi siempre, son como son.

El fin de semana pasado fue sin duda uno de los mejores del año.
Salimos los cuatro el viernes tarde hacia La Garrotxa y no volvimos hasta el domingo noche, agotados y felices.


Aunque no cambie por nada del mundo a los dos maravillosos monstruos que tengo por hijas, reconozco que la paternidad, la concilación laboral, la compra, las lavadoras y el intentar recoger la casa para que no parezca un chiquipark en horas bajas, nos están dejando poco margen para respirar si no es para ir a la cama a dormir.

A partir de los 40, empieza la decadencia.


Si algún recuerdo bueno me quedará de la pandemia, será el de cuando cargaba a mi hija mayor al coche e íbamos a buscar la cena al Bardeni. 


Yo soy de los que les gusta hablar, no en vano tengo un blog.



Como algunos de ustedes ya sabrán, mi nombre es Josep Roca.



Interrumpo las crónicas de ir a comer con niñas, justo para abrir este episodio de ir a comer sin ellas.



Llevamos un trimestre algo movido. Mucho médico, algo de hospital y bastante inquietud familiar que, por suerte, parece que quedará en poca cosa. Así que, tocando madera y desde la prudencia, cojo algo de aire, respiro y me siento más tranquilo para poder volver a escribir. 


Hace un par de meses que empecé a encarar el fin de una década.