Este mes he sumado un año más a mi cuenta personal. 



Si hay algo de comer que estoy echando de menos durante este confinamiento es un buen pan.


Con esta semana ya hará cuatro que no nos movemos de casa.
El coronavirus, que como dice #lamorritofino es este bichito que no nos deja ir a la calle, nos está poniendo a prueba a todos.

No es fácil encontrar a alguien con quien disfrutar comiendo.


Hubo alguien que un día, hace casi veinte años, decidió que a mi nombre de pila le faltaba punch y me empezó a llamar Pepu.


Yo de pequeño era un empollón.
Empollón y, además, empollón repelente.


En mi época de estudiante y becario del departamento de matemáticas, tuve la suerte de participar en un proyecto docente que en aquella época era único en su especie. Se trataba de Algweb, una web interactiva cuyo objetivo era tratar de hacer algo más digerible la asignatura Álgebra y Geometría, que por aquella época era una de las bestias pardas del primer curso de Ingeniería de Caminos.


Como muchas otras cosas que pasan en una relación y que nadie asume como ciertas, pero que en realidad lo son, mi mujer tiene secuestrada mi cuenta de Instagram.
Solo la mira y la cotillea un poco entre amistades y restaurantes, pero, aunque me fastidia relativamente, es una de esas concesiones matrimoniales por las que hace tiempo tiré la toalla y decidí no discutir.

"Este fin de semana, podríamos hacer fricandó".


Seguramente una de las cosas más absurdas de los padres con bebés son las comparativas entre su descendencia.


Tengo una amiga que se llama Maria.
Diría que nos conocimos durante el verano del año 2002, año arriba, año abajo, cuando por aquel entonces me pasaba los veranos en el Port Olímpic enseñando a navegar a un montón de renacuajos. Que dicho así, suena entre pijo y repipi, pero la realidad era más bien lo contrario.

Por aquel entonces, yo era un rara avis de los monitores, porque tenía la costumbre de aparecer en la escuela a principio de verano, pasármelo en grande y, cuando llegaba setiembre, hacer un hasta luego Lucas, plegar velas y desparecer hasta San Juan del año siguiente.

A pesar de esta estacionalidad, siempre me sentí muy querido y conocí a personas con las que, como Maria, conectamos desde el primer momento, posiblemente porque dominábamos el arte de decirnos las cosas tal y como son, que traducido al siglo actual sería algo así como #sinfiltros.

El caso es que hubo un día en que los veranos dejaron de ser universitarios, se acabaron las vacaciones en el mar y, cosas de la vida (y lo poco que puse de mi parte), fui perdiendo el contacto con mis compañeros y, como no podía ser de otro modo, dejé de verlos a todos.

Y el tiempo, pues, pasó.
Y los años, pues también. Y se inventaron los smartphones, se popularizó Instagram y un día, sin saber muy bien cómo, Maria apareció embarazada en la pantalla de mi teléfono, con una barriga del tamaño muy similar a la que teníamos en casa. Así que, con la excusa de nuestras hijas, retomamos el contacto.

¡Y que bonita sorpresa! La verdad es que fue como si el tiempo no hubiera pasado, porque conversar de nuevo con Maria me hizo constatar que hay personas con las que puede puede dejar de hablar diez años (10!!!!!) y retomar una conversa como si hubiera sido ayer.

Pero lo mejor de todo fue saber que Maria seguía este blog y, además de ser otra gastronóma del morro fino, me habló del restaurante que los ex jefes de cocina de El Bulli tienen en Barcelona.

 "¿Has ido al Disfrutar? Yo lloré al probar uno de sus platos"

Su versión de la Gilda

Así que, siguiendo su recomendación, fui.
Y no lloré, pero casi.

Yema de huevo crujiente

Ir al Disfrutar es una experiencia en mayúsculas. Desde lo que se come, que es algo totalmente fuera de lo esperable, a cómo se trata al comensal, con una informalidad formal que hace que te sientas como en casa.


Pan chino relleno de caviar
¡Desde ElBulli que no estaba en un sitio como éste!
No desvelaré el detalle de lo que comimos pues sería traicionar el espíritu del sitio, que juega con la sorpresa de no saber qué te servirán. Así que me limitaré a decir que de la treintena de platos que  circulan en el menú degustación, hay algunos de ellos que quedarán en mi memoria hasta el día que me muera. Así, tal cual lo digo.

Deconstrucción del ceviche
El local, además de la terraza interior para el aperitivo y el café, dispone de diferentes comedores, desde el principal que sale en todas las fotos de internet, uno intermedio y una barra de la entrada, que es la que estuvimos. Reconozco que, a priori, iba con cierto escepticismo cuando reservé de una semana para otra y la única opción que nos dieron fue la de la barra. Pero la verdad es que estás tan mimado desde que entras por la puerta, que uno no tarda en olvidarse dónde está sentado.

La terraza - patio interior

Salon intermedio

Tengo la inmensa suerte de haber hecho la visita sin mi mujer, con lo que me veré obligado a repetir con ella. Disfrutar está en Barcelona y admite reservas con un tiempo razonable y, aunque es verdad que cuesta su dinero, al final no es mucho más que unos pocos partidos de fútbol.. Y es imperdonable no visitarlo.

Tarta al whisky
Y si Michelin, pasado mañana, no le da todas las estrellas que pueda, pues no sé yo muy bien qué criterio tendrán los señores inspectores. Y tan a gusto que me quedo diciendo esto.

Desde aquí, mando un beso a Maria, protagonista de estas líneas y, aprovechando que hablo de la distancia que a veces toman los diferentes rumbos que uno toma en la vida, no quiero dejar de mencionar a Laura que se fue a Chile, Pilar a Mallorca, Miquel a Suecia, Albert a Perú o más gente que a la que aprecio y que, sin irse por ahí hemos reducido el contacto a la mínima expresión. Sé que el día que nos veamos no dejaremos de decirnos las cosas #sinfiltros, o como decíamos ayer, tal y como son.


Disfrutar
Calle Villarroel 163
Barcelona
933 48 68 96



Todavía recuerdo cuando ibas a comer un menú de mediodía y te costaba 1.000 de las antiguas pesetas.

No sé quién inventó eso de que lo bueno, si breve, dos veces bueno.

No me considero un tipo especialmente presumido. 

Dice una antigua leyenda, que las parejas que buscaban tener hijos y no podían, subían a pie hasta el Santuario de Núria, en el Ripollès, dónde encontraban estratégicamente dispuestos una olla, una cruz y una campana.

Aunque pueda parecer algo extraño, estos objetos de tan dispar naturaleza podían combinarse y ser usados infaliblemente para potenciar la fecundidad de las parejas. Tan solo hacía falta que el componente femenino de la pareja introdujera la cabeza en la olla, rezara una oración y repicara la campana tantas veces como hijos deseara.

Se conoce que hubo una época en que este sistema, altamente avalado por la comunidad científica del momento, rivalizaba seriamente en el negocio de la natalidad con París y su codiciado monopolio de transporte aéreo por cigüeñas. Hoy en día el método sigue perfectamente vigente y la comunidad científica también sigue dándole validez, aunque si bien a la olla, a la cruz y a la campana se le ha sumado un cuarto objeto, el del recipiente para la ofrenda, que no se dice porque claramente sería muy largo. Imagínense que mal quedaría la olla, la cruz, la campana y el cepillo...
Qué malo que soy, a veces.

Que conste que, con todo, no hago broma de la devoción al hecho en sí, pues, las cosas como son, hace algo más de un año nosotros también metimos la cabeza en la olla y nuestra hija ya tiene cuatro meses. Pero no dejo de encontrar curioso que este católico ritual, con objetos que se atribuyen a San Gil, tenga sus orígenes en creencias paganas y en no sé qué de frotarse el cuerpo con una piedra sagrada. Al final será verdad aquello de que nadie es perfecto y que oiga, mire usted, tampoco hay para tanto y hay que ser tolerantes y abiertos al diálogo, que al fin y al cabo, el santuario es "mariano".

El caso es que, la verdad vaya por delante, nuestro peregrinaje a Núria fue algo más descafeinado de lo que marcan los cánones y, además de hacer la subida en el tren "cremallera" al Santuario, nos instalamos cómodamente en la Fonda Xesc, en Gombrèn, a 20 kilómetros de Ribes de Freser.

De todo esto, hace más de un año.
Lo sé, ha llovido y en estos tiempos de la inmediatez twittera parece que haya pasado una eternidad. Pero la verdad es que tenía pendiente hablar de esta humilde gran fonda, con una estrella Michelín a sus espaldas, y sinceramente creo que el paso del tiempo no es un obstáculo para pensar que la esencia del lugar haya variado lo más mínimo durante este tiempo. Por supuesto que el menú que cenamos no será el mismo que el que tienen ahora, pero estoy convencido de que podríamos ir hoy a comer tranquilamente y salir igual de contentos, lo que es, a mi modo de ver, unos de los mayores éxitos al que un restaurador puede aspirar.

La Fonda es un negocio familiar enmarcado en un excepcional paisaje de naturaleza. Su bonito comedor, luce espléndido durante el día con las montañas verdes de fondo y el cielo azul, eso que a los de ciudad se nos cae la baba en cuanto salimos del gris del asfalto. 


Las habitaciones son más que correctas y hay una sala común muy acogedora llena de libros de cocina para descansar tanto como el cuerpo lo requiera. Los desayunos son escandalosos, de los que destacaré unos buenísimos bizcochos y unos zumos mezcla de varias frutas que el propio Xesc te trae a la mesa.

Sobre el restaurante, a parte de la carta, podías escoger entre varios menús (40, 60, 80) y uno infantil. No sé qué es menos frecuente, si Estrellas Michelín a 40 Euros o Estrellas Michelín con menú infantil.

Sobre la cena, mi mujer, que hoy cumple años, me dijo hace unos días: 

¿No escribiste de la Fonda Xesc? Pues mira que cenamos bien.

Pues sí. Como siempre, cuanta razón tienes. Y allá voy.

Empezamos muy bien con unas croquetas cuadradas de espinacas

Un pequeño flan salado.

 Y una crema con queso emulsionado como último aperitivo 

Rico caldo de ave con setas y huevo

 ¡ Qué maravilla de panes ! 
Llanegas con espárragos, cebolla y azafrán. Esta peculiar seta me hace pensar cariñosamente en mi madre que las cocinaba cuando era pequeño.



Vieiras con trompetas y calabaza. Este plato fue excepcional. Mi mujer siempre lo recuerda cuando sale el tema.

Onglet de ternera. La foto no hace justicia de lo buena que estaba esta carne. Plato tremendo,
Uvas, manzana y María Luisa. Postre excelente.


Chocolate blanco, higos y grosella. 

Perfectos petits.


La Fonda Xesc es uno de esos pequeños tesoros escondidos, ajenos al universo mediático de cocineros y farándula, al que vale la pena visitar, alojarse y disfrutar.

Fonda Xesc
Plaça Roser, 1
Gombrèn
972 730 404