Dice una antigua leyenda, que las parejas que buscaban tener hijos y no podían, subían a pie hasta el Santuario de Núria, en el Ripollès, dónde encontraban estratégicamente dispuestos una olla, una cruz y una campana.

Aunque pueda parecer algo extraño, estos objetos de tan dispar naturaleza podían combinarse y ser usados infaliblemente para potenciar la fecundidad de las parejas. Tan solo hacía falta que el componente femenino de la pareja introdujera la cabeza en la olla, rezara una oración y repicara la campana tantas veces como hijos deseara.

Se conoce que hubo una época en que este sistema, altamente avalado por la comunidad científica del momento, rivalizaba seriamente en el negocio de la natalidad con París y su codiciado monopolio de transporte aéreo por cigüeñas. Hoy en día el método sigue perfectamente vigente y la comunidad científica también sigue dándole validez, aunque si bien a la olla, a la cruz y a la campana se le ha sumado un cuarto objeto, el del recipiente para la ofrenda, que no se dice porque claramente sería muy largo. Imagínense que mal quedaría la olla, la cruz, la campana y el cepillo...
Qué malo que soy, a veces.

Que conste que, con todo, no hago broma de la devoción al hecho en sí, pues, las cosas como son, hace algo más de un año nosotros también metimos la cabeza en la olla y nuestra hija ya tiene cuatro meses. Pero no dejo de encontrar curioso que este católico ritual, con objetos que se atribuyen a San Gil, tenga sus orígenes en creencias paganas y en no sé qué de frotarse el cuerpo con una piedra sagrada. Al final será verdad aquello de que nadie es perfecto y que oiga, mire usted, tampoco hay para tanto y hay que ser tolerantes y abiertos al diálogo, que al fin y al cabo, el santuario es "mariano".

El caso es que, la verdad vaya por delante, nuestro peregrinaje a Núria fue algo más descafeinado de lo que marcan los cánones y, además de hacer la subida en el tren "cremallera" al Santuario, nos instalamos cómodamente en la Fonda Xesc, en Gombrèn, a 20 kilómetros de Ribes de Freser.

De todo esto, hace más de un año.
Lo sé, ha llovido y en estos tiempos de la inmediatez twittera parece que haya pasado una eternidad. Pero la verdad es que tenía pendiente hablar de esta humilde gran fonda, con una estrella Michelín a sus espaldas, y sinceramente creo que el paso del tiempo no es un obstáculo para pensar que la esencia del lugar haya variado lo más mínimo durante este tiempo. Por supuesto que el menú que cenamos no será el mismo que el que tienen ahora, pero estoy convencido de que podríamos ir hoy a comer tranquilamente y salir igual de contentos, lo que es, a mi modo de ver, unos de los mayores éxitos al que un restaurador puede aspirar.

La Fonda es un negocio familiar enmarcado en un excepcional paisaje de naturaleza. Su bonito comedor, luce espléndido durante el día con las montañas verdes de fondo y el cielo azul, eso que a los de ciudad se nos cae la baba en cuanto salimos del gris del asfalto. 


Las habitaciones son más que correctas y hay una sala común muy acogedora llena de libros de cocina para descansar tanto como el cuerpo lo requiera. Los desayunos son escandalosos, de los que destacaré unos buenísimos bizcochos y unos zumos mezcla de varias frutas que el propio Xesc te trae a la mesa.

Sobre el restaurante, a parte de la carta, podías escoger entre varios menús (40, 60, 80) y uno infantil. No sé qué es menos frecuente, si Estrellas Michelín a 40 Euros o Estrellas Michelín con menú infantil.

Sobre la cena, mi mujer, que hoy cumple años, me dijo hace unos días: 

¿No escribiste de la Fonda Xesc? Pues mira que cenamos bien.

Pues sí. Como siempre, cuanta razón tienes. Y allá voy.

Empezamos muy bien con unas croquetas cuadradas de espinacas

Un pequeño flan salado.

 Y una crema con queso emulsionado como último aperitivo 

Rico caldo de ave con setas y huevo

 ¡ Qué maravilla de panes ! 
Llanegas con espárragos, cebolla y azafrán. Esta peculiar seta me hace pensar cariñosamente en mi madre que las cocinaba cuando era pequeño.



Vieiras con trompetas y calabaza. Este plato fue excepcional. Mi mujer siempre lo recuerda cuando sale el tema.

Onglet de ternera. La foto no hace justicia de lo buena que estaba esta carne. Plato tremendo,
Uvas, manzana y María Luisa. Postre excelente.


Chocolate blanco, higos y grosella. 

Perfectos petits.


La Fonda Xesc es uno de esos pequeños tesoros escondidos, ajenos al universo mediático de cocineros y farándula, al que vale la pena visitar, alojarse y disfrutar.

Fonda Xesc
Plaça Roser, 1
Gombrèn
972 730 404

El día que decidimos que había llegado la hora de plantear una ampliación familiar, el que aquí escribe ya era consciente de que, llegado el momento, nuestros periplos gastronómicos sufrirían una radical desaceleración. Dicho de otro modo, que esto de comer fuera de casa se iba a acabar.


Ser o no ser.
Aunque muchos se lo preguntan y algunos hasta reniegan de ello, para mi, esa nunca ha sido una cuestión.
Yo soy de barra y no es la primera vez que lo digo.
Y lo soy, pero no del hashtag populista que sirve de publicidad cervecera. No me vale cualquier cosa, que por algo a uno le acusan de lo que le acusan y el blog se llama como se llama.

También soy de Romain Fornell.
Hace años que vamos al Café Emma, bistrot cuya cocina firma él, y siempre salimos altamente satisfechos. De hecho, es el único restaurante del que he querido escribir más de una vez.
Así que, aquí sí que me tiraré al populismo y el hashtag lo propondré yo : #yosoyderomainfornell . 


Romain tiene una barra de las que me gustan en el Caelis, en el primer piso del hotel Ohla de la Via Layetana. Ancha, cómoda y con grandes butacones, es de las que podrías pasarte el día entero sin necesidad de levantarse en mucho rato. 



Sentados delante de la cocina, uno puede distraerse tanto como quiera, mirar, curiosear, preguntar y, como fue mi caso, avasallar sin piedad a los cocineros que rematan, con el orgullo del trabajo bien hecho, todos los platos delante de ti.

La bullabesa 
Quizás, a parte de la presunta informalidad que se le presupone al hecho de no entablarse, esa es la mayor gracia de la barra: lo quieras o no, el diálogo cocinero-comensal, con más o menos palabras, está ahí. No existe espacio para la improvisación y el que acaba el plato debe dar la cara. Y eso no tiene pinta de ser fácil.

En el Caelis, tanto en la barra como en el bonito comedor que tiene, se ofrecen dos menús y posibilidad de carta, además de un menú ejecutivo durante el mediodía. Nosotros, escogimos el Tierra y Mar, que entre aperitivos, platos y postres sumaron casi una quincena de degustaciones.

Aceitunas miméticas y corteza de bacalao con alioli de ajo negro
Tartaleta de huevas de trucha
Todo lo que se sirve en el Caelis es bello y elegante. Hay mucho juego y parece que todo está muy medido para que convivan perfectamente tradición y vanguardia. El resultado final es una propuesta muy equilibrada, tremendamente sabrosa y que sorprende.

Bocadillo con sardinas de merengue seco.
Gofre de patata y atún con mayonesa japo. Tremendo bocado que recordaba a un niguiri.

Vichyssoise de hinojo

Ensalada de ostras. Uno de los platos más elegantes del menú..

King crab, coco y guisantes

Macarrones rellenos, alcachofa y foie. Platazo en toda regla para la posteridad.
Carne de buey, muy tierna, con aromas de sarmiento.

Buenos quesos.
Prepostre de celery

Bellísima Tatin de manzana verde con la técnica del azúcar soplado
Mantequillas y pan excelentes durante toda la cena


Petits Fours

Sin duda alguna, puedo decir que cenar en la barra del Caelis ha sido de las mejores experiencias del año. Disfrutamos como enanos y pagamos la cuenta con la sensación de ser algo más felices.



Al Caelis hay que ir y, si es en barra, mucho mejor. 
A Hamlet no le hubiera temblado tanto la mano.

#yosoyderomainfornell

Caelis
Via Laietana, 49 (Hotel Ohla Barcelona)
935 101 205



De todos los libros de cocina que tengo, cantidad que no me atrevo a ponerle número por miedo a pasar verguenza, hay uno que me gusta especialmente. Es una edición sencilla, de papel rugoso y tamaño de bolsillo, en la que Carme Ruscalleda, delante del mar, protagoniza en la portada la única foto del libro. Cocinar para ser feliz, que así se llama, me costó menos de lo que vale hoy un menú del día y, cosas de la vida, es el libro de cocina que seguramente más veces he consultado.

Hace ya unos años que solemos hacer pequeñas grandes incursiones en L'Empordà.
Nos gusta el paisaje, nos gusta la comida y rara es la vez que no nos sentimos a gusto. De hecho, nos gusta hasta el trayecto en coche. Pero la verdad es que, cuando nuestros amigos nos dijeron que nos mandaban un fin de semana a casa de los Jordà Giró, no nos hacíamos ni una pequeña idea de lo que nos esperaba.


Lo reconozco.
Yo siempre había sido de esos que decían que casarse es una de esas cosas de la vida que no hacen falta para nada.

Y, de hecho, sigo pensando firmemente que no hay compromiso que valga en una relación, si ésta se ve condicionada a pasar por un altar.

Pero lo que sí es verdad es que, a medida que pasa el tiempo, cada vez tengo más claro que las cosas buenas deben ser celebradas. Y con eso no quiero decir que haga falta montar una fiesta todos los días, pero sí exprimir los buenos momentos para darles la importancia que se merecen. Al final, la felicidad no deja de ser una recopilación de pequeños instantes pasados y expectativas que no sabes si se cumplirán. El presente, como dice la propia palabra, es un regalo y no disfrutar de las cosas buenas que tenemos en cada momento sería una lástima.

El caso es que, después de nueve años juntos, Susana y yo pensamos que era un buen momento para reunir a las personas más próximas y celebrar que nos queríamos. Así que decidimos que nos casábamos y en poco más de tres meses íbamos de boda. De la nuestra.

Detalles organizativos a parte, dado que una de nuestras principales aficiones de hoy por hoy gira alrededor de las buenas mesas, queríamos que la celebración de este día reflejara un poco lo que nos gusta encontrar cuando salimos a comer fuera de casa.
Y, sin dudar demasiado, fuimos a buscar a Jó Baixas.

El Follia es una preciosa masía de San Joan Despí puesta al día, en la que ya habíamos estado hace unos años en su versión "Follia de pot", que es la parte del restaurante ubicada en la bodega, donde se sirven tapas y raciones. Pero lo cierto es que nos faltaba visitar el restaurante de carta, que se acomoda en un precioso comedor que da al huerto.
Así que, previa conversa con Jó, un día fuimos a comer.


Para mi hay una manera muy fácil de explicar la cocina del Follia y es definiendo al cocinero: Jó es un goloso sin complejos. Sirve aquello que le gusta, y esto hace que sea muy difícil encontrar un plato en la carta que no te apetezca probar. Cuando te explica un plato, ves perfectamente en su cara que se sacaría la chaquetilla y se lo comería él.

Ese día comimos como unos señores y, disfrutamos tanto, que cualquier expectativa quedó en nada. No hubo plato que no nos gustara.

Todo empezó, que dice aquel, con los aperitivos de la casa: un mojito sólido y una crema de tupinambo con un tartar.





"Primeros para compartir": A parte de un montón de primeros para escoger, se puede escoger esta opción dónde sirven cuatro raciones que va cambiando según temporada. No sé cual nos gustó más.
Salmón marinado con wasabi y salteado de alcachofas-ajos tiernos-gambas.

Morro de cerdo con trompetas.

Curioso tartar de verduras del huerto, al estilo de un steak tartar

De segundo quisimos probar carnes.

Presa Ibérica muy sabrosa.

Solomillo con romero. TREMENDO PRODUCTO con un gracioso toque del Romero

Prepostre y postres estupendos: caqui con yogur y chocolate en texturas.





A parte de la carta, Jó tiene un menú de temporada muy interesante y otro degustación especial que llama "Follia al revés", donde la comida no es lo que parece y se empieza a comer por los postres y se acaba por el aperitivo. Este menú de trampantojos, palabra usada hoy en todos los programas de la tele, no lo hemos hecho (todavía).


En cuanto a nuestro enlace, todo fue excelente.
Optamos por un menú con una serie de aperitivos que tomamos en el huerto y, ya en el comedor, hicimos tres primeros del estilo de las raciones para compartir y, como no podía ser de otro modo, el solomillo al romero.
Curiosidades de la vida, Jó hace un prepostre de piña colada similar a uno que hago yo en casa con espuma de coco y piña. Una conexión gastronómica que no podíamos pasar por alto.







Pienso que el Follia es un gran restaurante llevado por un cocinero muy humilde, goloso como él solo y al que vale la pena visitar.

Y en cuanto a casarse... es una experiencia estupenda que recomiendo encarecidamente.
Celebrar las cosas buenas es de lo mejor que se puede hacer en la vida.
Gracias a todos por formar parte de ella.


Y casi me olvido.

¡Viva el cocinero del Follia!

Follia
Carrer de la Creu d'en Muntaner, 17
Sant Joan Despí, Barcelona
934 77 10 50
follia.com



No sé por qué, siempre habíamos imaginado un viaje de novios ambientado en aguas caribeñas, bailando salsa y tomando mojitos. De hecho, así lo teníamos encarrilado cuando un mosquito nos hizo entrar el miedo en el cuerpo y, cosas de la vida, acabamos apuntando hacia el otro lado del mundo.

Y nos fuimos a Japón.



A lo Tarantino, voy a empezar la historia al revés.
Nos casamos, fuimos de viaje a Japón y regresamos, con la nostalgia de todo lo disfrutado.

Escribí sobre su casi perfecto Restaurante, su golosa Taberna y su Terraza ideal.

Aureli Mora, amigo, arquitecto y buen gourmet, me dijo que si me gustaba la comida japonesa debía visitar imperativamente el Hisako, una taberna japonesa de la calle Londres.
Y si no me gustaba, pues también, porque el proyecto del local era de su despacho de arquitectos.